Uno de los principios de nuestro relato de nación, como colectividad, es la existencia de una situación colonial; un conflicto nacional abierto entre este pueblo navarro y los Estados que nos ‘mangonean’ (dividen, someten, gobiernan…). Entre las expresiones de esta realidad aparece la evidencia de una voluntad de dominio que se ha venido manifestando durante siglos de distintas formas, según épocas y circunstancias.
La nuestra ha sido una sociedad alborotada. Agitada. Una colectividad sacudida cíclicamente por algaradas y protestas. Dotada con una fuerte personalidad, singular y diferenciada, con una historia larga y atormentada, esta tierra ha sufrido la mala suerte de encontrarse atrapada entre dos de los imperios más agresivos y jacobinos de Europa (cuna del imperialismo, por si hace falta decirlo). En consecuencia, ha acabado engullida por ellos.
El año que comienza, 2020, representa una fecha referencial en la historia de nuestro país. De Vasconia en su conjunto. Hace cuatro siglos (1620), con el Edicto de Pau, el rey francés Luis XIII (Luis II de Navarra) unió ambas coronas y trasladó el parlamento de Donapaleu a Pau, lo que supuso de facto la desaparición del Estado vasco que subsistía en aquel pequeño territorio de la Baja Navarra.
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