La emergencia de la pandemia se ha clavado como una piedra en el engranaje del modo de vida en que pululábamos. Ha hecho saltar el sistema, y en ello ha puesto en evidencia algunos de sus mecanismos ocultos. Vemos, al hilo de las angustias y los sobresaltos, cómo actúan gobiernos, multinacionales, medios de comunicación, grandes corporaciones, instituciones continentales… A la luz de sus efectos, descubrimos que muchos de los argumentos que constituyen la agenda diaria de nuestra burbuja cotidiana son falsos. Tramposos. Mercancía averiada. Y que nos la han vendido para que nos alejáramos de lo que deberían ser nuestros objetivos.
Una nación es el relato que un pueblo decide contar sobre sí mismo, y en su núcleo late el impulso, torpe pero profundo, de sentirse unido a los demás y a la tierra que se habita. El ser humano de cualquier tiempo y geografía siempre ha necesitado ancestros, historia, un hogar y un sentido que explique su inclusión en un colectivo, y ni la modernidad ni el racionalismo han podido acabar con esas necesidades.
En una de sus charlas telefónicas con el enemigo, decía Gila: “¿Mi general? ¿Que si vienen a fusilarnos o vamos nosotros?” Esta semana hemos comprobado que las ocurrencias de Gila no caducan. No pasan de moda. En el Estado español la realidad siempre supera a la ficción; y el humor (negro, mal humor o el que avinagra) te lo sirven en bandeja.
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