Parece broma, pero no lo es. Resulta grotesco, eso sí, pero es la sensación que despierta la intervención de Vox y de Jaime Ignacio del Burgo en el aniversario de la batalla de Noain. El imperio contraataca. Con la llegada de la fecha y unos tímidos actos que recuerdan la defensa de la independencia del reino frente a la tropa imperial, han salido los ñordos de la caverna a liarla. A vociferar. Vox, a provocar, a reventar el homenaje de Salinas de Galar. Y Jaime Ignacio del Burgo, a cantar alabanzas al emperador Carlos V de Alemania y I de España, a injuriar a los navarros defensores y justificar aquel imperio en el que no se ponía el sol ni descansaba la barbarie.
Se preveía una cierta actividad con motivo del 500 aniversario de la derrota de Noain, que significó la debacle militar de aquella Navarra independiente. En efecto, fue la última bocanada del reino como tal, en la medida en que la rebelión de 1521 recuperó el dominio navarro sobre todo el territorio, liberó el país aunque fuera por un mes, y recomenzó la tarea de institucionalizarse. Con el apoyo general y la voluntad de las gentes. Así, pues, la vuelta de la tropa española fue una nueva invasión sobre un Estado europeo libre, legítimo, sostenido por una población que se había levantado en armas para defenderse. Más tarde hubo otras luchas (Amaiur, Hondarribia, etc. Hasta el presente); pero ya no tendrían ese carácter estatal de legitimidad de un Estado libre.
Como digo, se veía venir esta conmemoración. Lo que no se esperaba es esta euforia imperial, esta contraofensiva española con un discurso arrogante. Pensar la historia a partir del derecho de conquista, de pernada, del más fuerte. En efecto, una cosa es reflexionar sobre el pasado e indagar en el origen de los conflictos. Una cosa es reivindicar el valor de la memoria, en la medida en que es patrimonio simbólico que construye la sociedad y la cohesiona. Le otorga una suerte de argamasa imaginaria; una ética de la solidaridad y los orígenes que se comparten. Y otra muy distinta levantar la bandera del duque de Alba y los tercios de Flandes, aquellos que todavía se invocan para asustar a los niños flamencos que no quieren acostarse.
Anacrónico, trasnochado, improcedente… algo está fuera de lugar al referirse a aquellos tiempos con una mirada como la que bizquea del Burgo. No sólo porque miente, porque tergiversa los hechos y los adorna con un sentido que hace tiempo quedó desenmascarado. Ya nadie sostiene que el “día 30 de junio -500 aniversario de la batalla de Noáin- diremos que aquel día fueron derrotados los franceses, no el “ejército real” de Navarra como se pretende” (sic). Sabido es que a Ignacio de Loiola, cuando defendía el cuartel español, le hirieron los propios habitantes de Pamplona, que se levantaron contra la ocupación como en tantos otros lugares. No había ‘franceses’ en el levantamiento de Iruñea, como en Lizarra, Cáseda, Zangotza… Pero es que admitir que fue la propia población la que liberó el territorio navarro deja a las claras la identidad de los combatientes.
Lo más ridículo, en todo caso, más allá de estas argumentaciones, es la posición de del Burgo, y se ve que está más cerca de los fachas de Vox, fuerza inexistente en Navarra (a excepción de los cuarteles), que de cualquier posición navarrista. En sus artículos este fulano interpreta (miente, justifica…) aquellos sucesos desde una defensa cerrada del imperio español. “Luz perpetua para el emperador Carlos”. “Maya (Amaiur) es un monumento a la reconstrucción falsaria de la historia de Navarra dirigida a provocar nuestro divorcio con la gran familia española”.
Del Burgo es un sujeto retrógrado, servil con el poderoso, con un pensamiento rupestre. “El emperador Carlos que, gracias a su firmeza y magnanimidad…” Cuando defiende, en el siglo XXI, las bondades del imperio, parece un satélite que se mueve con la mentalidad del lado oscuro de Anakin Skywalker, que va por la vida pública con una espada de rayos fosforescentes, que piensa a lo duque de Alba, en términos de autoridad, fuerza, gloria, oro que rapiñar y estrella de la muerte.
No merece la pena debatir con del Burgo. Miente siempre. Si fuera más sibilino lo meteríamos en la categoría del príncipe Fernando el falsario que Maquiavelo interpretó con su arte. Pero con lo cavernario que resulta, apenas da para retratarse en la épica de la ‘Guerra de las Galaxias’, con la sonrisa perruna de Chewbacca y el perfil psicológico de Darth Vader (“soy tu padre”).
Angel Rekalde, Luis Mª Martinez Garate
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