Cuando hablamos del pueblo vasco de inmediato nos viene a la memoria su cultura y presencia, esa personalidad que se ha trasmitido desde el Neolítico, que ocupa un espacio geográfico entre dos Estados, en el extremo occidental de Pirineos, y que se reconoce a simple vista por expresiones tan señaladas, sólo por citar algunas, como su idioma, el euskera, su deporte de la pelota vasca, o la fama de su cocina. Todo ello tiene bastante de lugar común, de tópico, pero no deja de ser una muestra evidente de una personalidad colectiva, muy notable y acusada.
Este capítulo da para mucho más, y podríamos extenderlo en campos tan conocidos como el mundo del mar, las cooperativas, la cultura del trabajo, la danza… Lo que no es tan sabido, o no sabemos apreciar en lo que vale, es que este pueblo ha generado, además de esa cultura tan característica, una vertiente de la misma en lo que concierne a la organización de su convivencia. Es decir, una cultura política. Unas formas de ordenar la vida social, el territorio, los conflictos, la autoridad…, que aún no siendo exclusivas (como nada cultural es exclusivo de un grupo humano determinado) también han sido peculiares.
La cultura política de Euskal Herria ha posibilitado fenómenos tan significativos en la historia como el reino independiente de Navarra o el batzarre como órgano local de decisión. Entre estas y otras expresiones de nuestra cultura pirenaica una institución que ha mantenido una larga trayectoria ha sido la de los fueros. Está presente en el episodio que enfrentó a los infanzones de Obanos con el rey Teobaldo, allá por el siglo XIII, y en las postrimerías del XIX, cuando Sabino Arana presentó un boceto de su ikurriña en Castejón, en plena Gamazada. Sin embargo, es el de los fueros un concepto confuso precisamente porque en ese extenso recorrido el significado de los mismos ha cambiado tanto que se presta a equívocos. Y toda la manipulación ideológica en torno a ellos tampoco ha ayudado a clarificarlos. En efecto, si en un tiempo el fuero era sinónimo de derechos, libertades e incluso soberanía, en otras circunstancias se han interpretado como privilegios y concesiones reales. Y pese a todo, más allá de esa polisemia los fueros han estado en la base conceptual de realidades tan importantes como los Territorios Históricos de nuestro país, el poder de las Diputaciones o el reconocimiento de la autoridad de los reyes, que debían jurarlos para ser admitidos como legítimos.
Desde el Zazpiak Bat hasta las guerras carlistas, el debate foral atraviesa nuestra historia por lo menos desde hace 800 años, y no siempre con resultados halagüeños. No hace demasiado hemos escuchado a la presidenta Barcina reclamando el carácter foral para su gobierno. Pero, en esa confusión polisémica, a menudo calculada e interesada, el concepto de lo foral se nos escapa, desde esa soberanía originaria de la época de la independencia hasta la ambigüedad del régimen de dominación castellana
A lo largo del mes de marzo Nabarralde ofrece un curso de conocimiento y profundización en los distintos significados y la historia de los fueros vascos, los que tuvieron su origen en la Navarra independiente, y en esa cultura política que hemos creado a lo largo de los siglos de nuestra existencia como pueblo. Bajo la dirección del catedrático de Historia Medieval José Luis Orella Unzué, este curso se podrá seguir en euskera y en castellano. Que no es de recibo que a estas alturas todavía nos den gato por liebre con estos términos que, al margen de letrados o eruditos, nosotros mismos hemos creado.
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