Cuando presenté este libro, me di cuenta de que el título desconcertó a más de uno. Me había sucedido que, en recuerdo del pasado del autor, alguno aludiera al conde de Montecristo (isla situada en la costa toscana; seguramente por la alta alcurnia y los títulos nobiliarios); y algún otro a Maquivelo, personaje histórico de la misma tierra.
Estaban desencaminados. Como mucho, el personaje más cercano de esta obra era Maki Navaja, el personaje de Ivá, figura de bajos fondos, un tipo de cuidado que dijo aquello de “en este mundo podrido y sin ética a las personas decentes sólo nos queda la estética”.
País sin papeles
Lo que ocurre, y me di cuenta demasiado tarde, cuando el libro ya estaba en los talleres, es que hay que darle la vuelta, leer el título al revés, y comenzar por el subtítulo. Porque el nuestro es un país indocumentado. Sin reconocimiento legal. Sin documentación, vaya. Sin papeles.
La forma más burda de este discurso malintencionado se expone cuando nos dicen que Euskal Herria no existe; que es un invento de los nacionalistas. Es eso mismo que, en forma de artículo, de forma oficial, se establece en la Constitución en el sentido de que no hay más sujeto de derecho que el español. Que no hay más demos (y yo que creía que eso se refería a los demonios griegos). En resumen, que los vascos no tenemos derechos.
El problema es que hemos llegado a creérnoslo. Y como, a decir de muchos, la historia no cuenta, aunque seamos el pueblo más antiguo de Europa, datado y acreditado, y aunque hayamos tenido lengua, cultura, reino, territorio, personajes famosos, reyes, historias que contar, conquistas en propia piel… somos unos indocumentados. Todo eso que certifica que algo hemos sido, no vale. Lo paradójico es que lo dice quien nos niega, pero también lo defendemos con pasión muchos de nosotros. Cada día, borrón y cuenta nueva.
Yo pienso que no es así, y por ello una buena parte del libro gira en torno a polémicas relacionadas con la historia, la identidad, la aculturación, el dominio…. Y por el otro lado la historia entendida como patrimonio, como conocimiento, como riqueza y recurso de futuro…
Elogio de la Toscana
Viene Toscana a cuento por esa mala costumbre que tenemos de ponernos siempre algún modelo que seguir. En un viaje a Florencia me di cuenta de que, puestos a seguir modelos, para nuestra trayectoria descarriada más nos valía mirarnos en Toscana que en Nicaragua, Cuba, Venezuela o, el colmo, en Albania.
Mucho mejor un paisaje toscano, europeo, tan parecido al navarro, con unas poblaciones medievales bien cuidadas, como San Gimignano, o ciudades como Florencia, con monumentos como el Ponte Vechio, o la estatuta de Neptuno, los duomo, palacios de los Medicci… Con Pisa y su Campanile, Siena, Luca…
De aquella visita a Italia saqué algunas ideas: “Durante el viaje he visto con envidia cómo esta gente ha sabido construir un presente próspero y seductor sobre la riqueza de su historia: sobre su arte, su memoria, sobre la recuperación de su extraordinario patrimonio, que nadie identifica allí con veleidades narcisistas, ni relaciona con la exclusión, ni esas lamentables caricaturas que revelan en quien las dice buenas dosis de desprecio e inquina”.
Los vascos hemos buscado durante muchos años un modelo, y muchos se han mirado en países de miseria, del Tercer Mundo, en revoluciones románticas. (…) Sin embargo es el modelo del país de la Toscana el que debiera aclararnos las ideas. Ha sido construido por un pueblo que valora lo que ha sido, que no se avergüenza, que opta por la prosperidad y la cultura, que no está dirigido por gobernantes que destrozan la memoria histórica (…) Es un pueblo que ha restaurado sus ruinas para no perderlas, para mostrarlas con orgullo, que deja constancia puntillosa de su paso por la historia europea, que guarda el legado de los etruscos, de los romanos, del Renacimiento.
Como digo, el resto del libro son ocurrencias y reflexiones sobre distintas polémicas que nos han asaltado en estos tiempos. Con motivo del 500 aniversario (medio milenio, se dice pronto) de la invasión del duque de Alba por tierras navarras, nos enzarzamos en más de una agarrada. SOSTIENE DEL BURGO, EL SINDROME DEL BEAMONTES, y alguna otra nota, redundan en aquella discusión.
La cuestión de la cultura se puso delante con ocasión del concurso por la capitalidad europea que corresponde al Estado español en 2016. Se presentaron proyectos por Córdoba, Zaragoza… Ganó Donostia. La candidatura a Iruñea tenía que haber sido la medalla y el premio a la ciudad de la incultura. Un lugar en el que la cabalgata de Olentzero (personaje navideño equivalente a Papa Noel, Santa Claus, etc, de otros países) se celebra bajo vigilancia policial y con fianza previa. La autoridad gubernativa lo manda. LA CAPITAL DEL ODIO daba cuenta de estas circunstancias: ¿Pamplona, capital europea de la cultura? Las autoridades navarras prohíben las fiestas populares, desprecian la lengua y cultura locales, marginan a los colectivos civiles, locales y culturales. Ejemplos: Construcción del parking de la Plaza del Castillo, tratamiento al tesoro patrimonial (Palacio de los Reyes…), tratamiento al euskera – lingua navarrorum-, Olentzero…
Pero también el premio a la ciudad ganadora tenía tela. DONOSTIA, CAPITAL DE LA POMPOSIDAD: “Modelo de ciudades para la convivencia en Europa desde la cultura y la educación en valores” – pero condena al ostracismo a sus naturales. La ciudad más euskaldun del mundo, pero todos los referentes de la cultura vasca están en otra parte (Pastorales y mascaradas en Zuberoa, feria del libro en Durango, Berria en Andoain, Argia en Lasarte…). ¿Qué cultura se promociona en Donostia, para esa pretensión de modelo y campeona de Europa? En nombre de un pomposo cosmopolitanismo se hace el vacío a la propia comunidad. El euskera, la música, la cultura vasca… son la gran ausencia en la ciudad del castillo de la Mota, de origen navarro, fundada por un rey vasco, de Iruñea. ¿Este es el modelo de cultura y convivencia que presentan en Europa?
Y así, golpe a golpe, línea a línea, se desarrolla esta obra. Espero que alguien con suficiente paciencia disfrute –si hay algo que disfrutar– con ella. Le acompañaré en el sentimiento.
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