El día 21 de este mes el arqueólogo y escritor Iñaki Sagredo impartirá en Lekunberri una conferencia en torno a los vestigios que señalan en esta localidad el emplazamiento del desaparecido castillo medieval. Son escasos los rastros que quedan de la citada fortaleza, y sin embargo tienen un valor que debe animarnos a recuperar su memoria como lugar simbólico de nuestro país y nuestra cultura.
Los llamados lugares de memoria ejercen una influencia interesante en la transmisión del recuerdo y la identidad de las poblaciones. A poco que profundicemos en su relato nos damos cuenta de que van bastante más allá del puro dato que se les asocia, aquello que ocurrió, aquello que fueron antaño y los señala, para aportar más significados y valores para el pueblo que los recuerda. Según nos cuenta Sagredo, el sistema defensivo de Navarra, al cual pertenece este antiguo castillo situado en el valle de Larraun, nos remite a la estructura política, institucional, incluso territorial, del reino navarro. Por supuesto, cumplían una misión de defensa, militar, vinculada a la realidad histórica que el príncipe de Viana definió con su lema: Utrinque roditur. Por todas partes nos atacan. La necesidad de atrincherarse y defender el territorio de potencias expansionistas (Francia, Castilla, musulmanes, católicos…) ha sido una constante en la historia navarra. En concreto, la fortaleza de Lekunberri, junto con el castillo de Gorriti y otras fortificaciones en Areso, Leiza, etc., constituyen una línea defensiva de primer orden a partir de la invasión de 1200, que llevó la frontera con ‘Castilla’ a las estribaciones de Aralar y el valle del Oria.
Más allá de esta función puramente militar, el sistema defensivo navarro cumplía otras finalidades, de las que a veces no somos conscientes. Una, que ignoramos y se nos borra de la mente porque hoy vivimos en una estructura territorial completamente distinta, es la político-institucional. Es decir, en aquella época lejana, medieval, sin los actuales recursos administrativos, las tenencias cumplían esta función de ordenamiento del territorio, y se ejercía desde estos lugares fortificados. Impuestos, red de caminos y comunicaciones, distribución de villas y aldeas, jueces y tribunales, reclamaciones… la vida cotidiana se ordenaba en estas parcelas. De ello se derivaba una administración muy cercana a las poblaciones locales; y con una red comarcal del país muy distinta a la actual. Pensemos que ello nos daría una visión de nuestro país muy distinta a la que hoy manejamos en términos de imaginario. Geografía, lugares de origen, apellidos…
La destrucción de aquellas fortalezas no era una medida dirigida en exclusiva a ‘dominar’ físicamente el territorio, a dejar sin defensas la tierra navarra para así mejor controlarla. Que también. La frase del coronel Villalba es sintomática al respecto; «Navarra está tan baxa de fantasía después que vuestra señoría reverendísima mandó derrocar los muros, que no ay ombre que alçe la cabeza». Pero iba mucho más allá. Dada la naturaleza de la organización estatal navarra, era también una fórmula para desbaratar el reino; para desmantelar su Administración; para imponer una organización política mucho más centralizada y dirigida desde el poder ocupante. De paso, para la población, era una medida que la dejaba a la intemperie, sin la cercanía de las instituciones propias.
Como decía un autor, las cosas son depósitos de memoria. Hoy estos vestigios del pasado nos hablan de las violencias pasadas; de la historia como capítulo de fechas épicas, de guerras, reyes y batallas. Lo que se dice la Historia con mayúsculas. Pero también del modo de vida de las gentes, de sus lugares de trabajo, de los fueros como legislación propia, basada en las costumbres, de nuestra tierra como espacio de convivencia, de las circunstancias que motivaron las existencia de una población con una cultura, una lengua vasca, un paisaje, una identidad… El viernes, 21, tenemos una cita con la memoria en Lekunberri.
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