Con un título impropio (Batallitas del abuelo; Diario Vasco, 26.8.2018; el abuelo Cebolleta, se da por sobreentendido) hemos leído en la prensa un artículo de Santiago de Pablo en torno al reino medieval de Navarra y a las batallas de Roncesvalles. Recalcamos lo de impropio, porque es un ejercicio de burla y menosprecio que el autor dedica a un personaje, citado con nombre y apellidos. No pretendemos asumir la defensa de este; ya le responderá si se da por aludido; pero sí nos ha sorprendido la baja calidad del alegato, que no tiene por dónde agarrarlo, más allá del insulto y el chiste burdo.
De entrada, insistimos, el título es inadmisible. Es como si, para responderle, tituláramos este escrito como ‘Desatinos de Martínez el Facha’, que es lo que pide el cuerpo y lo que retrata al autor. En efecto, esa prepotencia tan española, esa superioridad chulesca que muestra, nos hace imaginar el bigotillo, impasible el ademán, de de Pablo. Pero no son formas para un debate ideológico… Y recalcamos lo de ideológico, porque aunque el autor se titula y presenta como catedrático, con pretensiones de profesional universitario, a poco que leamos caemos en la cuenta de que no ofrece ni un solo dato histórico; no hay en su texto una referencia objetivable, no aparece un elemento historiográfico en todo el escrito. Lo que arguye son opiniones; tan respetables como las de su antagonista; pero poco sustento académico. Es un artículo de carácter político, tan (o tan poco) sostenible argumentalmente como las afirmaciones de su contrario.
Dicho de otro modo, le demos el valor que le demos, el debate en torno a la existencia del reino de Navarra, que tan disparatado le parece a de Pablo, no le deja en buen lugar. Al margen del humor o el gracejo del autor para insultar, que en la Edad Media existió un Estado en el territorio que habita el pueblo vasco desde hace muchos siglos, es un dato poco discutible. Que algunos lo quieran reivindicar como origen de su país, o incluso que piensen que ello les da legitimidad para sus proyectos, entra en el terreno de los debates partidarios. La existencia del reino de Navarra, que antes se llamó de Pamplona, en el que sus habitantes utilizaban como idioma la ‘lingua navarrorum’, constituye una serie de hechos reales, fácilmente comprobables, que se pueden negar con enorme dificultad (y mucha carga ideológica; no sé si delirios del calibre del abuelo Cebolleta o de Martínez el Facha, pero sí con un descrédito asegurado). Que ese dato tuviera en origen algo que ver con las batallas de Orreaga-Roncesvalles -no una sino varias-, entre vascones y francos, podemos calificarlo de mito, como hace de Pablo, pero ello tampoco hace desaparecer el dato histórico que consta en numerosas crónicas: lo mencionan en “La vida de Carlomagno” de Einhardo, el Astronomus Limousinus, el Poeta Saxo, los Annales Laurissenses, etc. O que haya quedado registrado en el principal cantar de gesta de la cultura medieval francesa. Antes de salir a opinar, de Pablo, hay que venir de casa leído. Y eso de llamar mitos a los datos de la argumentación ajena, que no casan con el propio argumentario, es muy faltón, muy propio de los fachas de taberna; pero tiene poco de académico.
Sobre estos temas y polémicas acaba de publicar un excelente estudio el historiador Xabier Irujo, Director de Estudios Vascos de la Universidad de Reno (EEUU), en el que detalla con minuciosidad el recuento de fuentes historiográficas, los hechos contrastados, el contexto geoestratégico de la época, el surgimiento del reino que posteriormente se llamaría Navarra (aunque alguno de los cronistas ya menciona a los vascones navarros en aquel tiempo), etc. (“778 La batalla de Errozabal en su contexto histórico” –Ekin argitaletxea-). También el artajonés José María Jimeno Jurío nos dejó un buen libro. De nuevo, de Pablo, antes de entrar al trapo hay que venir de casa informado. La ceguera ideológica no se admite como eximente, ni siquiera como atenuante, en el tribunal académico.
El artículo de de Pablo es un ejemplo palmario de lo que en ciencias sociales se ha dado en llamar ‘nacionalismo banal’. No es una declaración abierta, formal, explícita, sino un sobreentendido (lo que este autor maneja muy bien, como hemos visto). En ningún momento del texto se enuncia la defensa del nacionalismo español. Es invisible. Sencillamente, está implícito. Pero se da por hecho que dios era español, y los catalanes o vascos no existen, porque así lo dice el DNI. La realidad es la que es, y si alguien pretende interpretarla de otro modo o cuestionar cómo se hizo, con qué violencia, con qué ilegitimidad, con qué falta de derecho, está chalado. ‘Con qué batallitas de abuelo cebolleta nos viene este lerdo’.
Que para defender su idea de España tengamos que borrar Navarra del mapa, que desaparezcan sus siglos de historia, que la violencia de las conquistas coloniales se naturalice como irrelevante, que la Chanson de Roland quede relegada a culebrón venezolano (pues, al fin y al cabo, ¡quién la ha leído en España!), nos da el marco de la cátedra de Historia Española en que se escuda de Pablo.
Firman este escrito: Fernando Sánchez Aranaz, Luis Gereka, Inaxio Kortabarria, Iñaki Arzak, Inaxio Indaberea, Josu Tellabide
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