La delirante desarticulación del comando Aritxulegi, conformado por unos 250 retoños de roble, vuelve a resituar el conflicto vasco en sus términos habituales. En ocasiones hemos tomado el argumento de “La vida de Brian” como doctrina o espejo que explica y permite entender los absurdos entresijos de nuestras calamidades. Pero no recuerdo ningún capítulo tan esotérico como éste de desmantelar un bosque de quercus robur por el peligro de sedición que representan sus ramificaciones.
La realidad, una vez más, supera a la ficción. Ni los Monty Python podían imaginar semejante despiporre. Y de paso, el esperpento español le marca un gol al humor inglés, tan envarado y envanecido de sus superioridades.
Pero no es el de Aritxulegi el único operativo estratégico en esta guerra de argumentarios y posiciones. Dentro de la batalla del relato en que nos desenvolvemos, la otra acción de la semana ha sido la visita del nuevo monarca -el heredero- a Leire. Como es costumbre, nuestros expertos augures interpretarán el gesto dentro del apartado de casualidades. Pero nada casual se gesta en este teatro de operaciones. En plena crisis de Estado, sobre todo propiciada por el desafío catalán por su independencia, el aspirante a la corona española se apresura a rendir honores en el otro foco de revueltas y alborotos. En Navarra, cuna de la independencia vasca. En Leire, mausoleo de reyes. Y ofrece homenaje a monarcas vascones de hace más de mil años (Eneko Aritza…).
¿Casualidades? Pocas. Las imprescindibles. Los dos países que menos encajan en el aparato territorial e institucional de la corona española son el escenario de las maniobras (acoso, distracción, cambio de piezas reales…) de los círculos del poder, que se ve abocado a un colapso en su posición de dominio y a pérdidas estructurales de grandes dimensiones.
Estamos inmersos en la batalla del relato, bajo el fuego cruzado de sus expresiones más retóricas, simbólicas, legendarias, pero también eficientes. La monarquía es un juego de protocolos e imagen. Puro teatro. Ello no significa que su función sea banal o irrelevante. Sólo nuestra ignorancia o estupidez nos impide interpretar el despliegue de estrategias de Estado, escenificaciones que mueven discursos, que integran territorios, legitimidades, juegos de poder, lazos históricos, instituciones, identidades… A cuenta del imperio inglés, el sociólogo Edward Said decía que el fundamento del poder imperial era una conciencia de superioridad, una cuestión cultural de representaciones que se hacían imponer, tanto a los colonizados como a los sujetos de la metrópoli.
Desde Nabarralde hemos organizado la Marcha de Noain de este año bajo el lema “Es tiempo de independencia”, con la idea de incidir en este debate. La semana previa a la marcha contemplará una serie de conferencias que reúnen estas claves argumentales, de procesos abiertos. En efecto, también en la memoria de Noain nos encontramos con esta polémica del relato. Como se ve en la visita del nuevo rey de España a Leire, la memoria que nos concierne no se limita a los gudaris, sean de los últimos 50 años o de la guerra del 36. En aquella batalla (1521) se perdió la independencia de Navarra, tras la conquista de 1512, desde una perspectiva de movilización de Estado (recursos militares, gentes, alianzas internacionales…). Hoy esa esperanza renace a nuestro alrededor en estas crisis que se nos presentan, en el descrédito del proyecto España, en los procesos de independencia de Escocia y Cataluña, en sus debates y argumentarios correspondientes, en los complejos resultados electorales de las europeas… Es tiempo de independencia también para nosotros, y la inquietud de los gobernantes españoles se pone de manifiesto en estas peleas por el relato, estas maniobras teatrales, como el desmantelamiento del bosque de Aritxulegi, o el homenaje del príncipe heredero a la historia de Navarra, para templar gaitas y asegurarse lealtades.
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