“Con las cadenas que nos unen” se presenta el video de uno de los convocantes a la manifestación del 3 de junio en Pamplona, que emplea el lema “Defendamos la bandera de Navarra”. Ambas frases trasmiten la desazón de quienes quedaron desenmascarados hace unos pocos años, a raíz de la conmemoración del 1512, del 500 aniversario de la conquista, ocupación y sometimiento de Navarra.
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El castillo de Atxorrotx, en Eskoriatza, valle de Lenitz, recupera su relato. Su leyenda. Su naturaleza de lugar de memoria. Nabarralde ha editado un documental histórico que narra las circunstancias de esta antigua fortificación vascona, erigida en un lugar estratégico. En efecto, construido en una peña, junto al puerto de Arlaban que comunica la Llanada Alavesa con la costa y los valles gipuzkoanos, este castillo roquero, auténtico nido de águilas, vigilaba el antiguo camino medieval, controlaba la comarca y ejercía de punto neurálgico en la organización territorial del reino navarro.
“Hay que tener raíces y hay que tener alas” (Ramon Vilalta. RCR)
La nación, aquí y ahora, es un proyecto del siglo XXI, en el que nosotros, “gaurko euskaldunok”, construimos nuestro futuro mediante un instrumento que nos permita navegar en el difícil océano de la globalización: nuestro propio Estado. Eso poco tiene que ver con la “restauración” de estructuras políticas de los siglos XI y XII. En esos y otros siglos, una sociedad concreta –antecesores nuestros- tuvieron el coraje y la inteligencia de construir la herramienta que correspondía al momento: el reino de Navarra. Pero no es ése nuestro referente, sino otro, a menudo mal comprendido: el sujeto colectivo. Adaptado en cada época histórica a las condiciones concretas de su tiempo, pero sujeto agente, político, y no paciente como ocurrió tras las conquistas y como sigue sucediendo, desgraciadamente, ahora.
Si hoy algún fantasma recorre nuestro mundo, es el fantasma de la identidad. Para desautorizar, desde el punto de vista político, a una persona o grupo, se utiliza con frecuencia el epíteto de ‘identitario’. En un folleto, bajo el título ‘Identitatea, democrazia, ongizatea…. Vías agotadas y nuevas perspectivas para la soberanía nacional’*, se puede leer, extraído de un texto de Raul Zelik (1), escritor, politólogo alemán y unos de los mentores de Podemos: “Los discursos identitarios en Euskal Herria, ¿no son reaccionarios?” El texto, bastante largo, termina: “Euskal Herria no existe en sí, la componen las personas que participan en ese proyecto”.
En un reciente documental, el director, catalán, aseguraba que el relato vasco es el de la resistencia. Gente dura, obstinada, que resiste… Desde fuera nos han retratado a menudo con esa imagen: recios, resistentes, firmes. Para bien y para mal. Filias y fobias. Desde el ‘Domuit feroces vascones’ de las crónicas visigodas, que insistían en haber vencido –una y otra vez- esa tenaz rebeldía; hasta la oposición al franquismo, la lucha en la calle, incluso la pertinaz existencia de ETA y sus presos.