Eran castillos que defendieron un Estado. Ahora no son nada; simple recuerdo, leyenda. Alguien dirá que fantasía. Formaban parte de un paisaje de ruinas, de derrota. Invasión, defensa vencida, derribo. Un capítulo triste de nuestra historia. En muchos lugares no quedan ni las piedras, robadas para levantar iglesias. Aún así tenían el valor de su posición, inesperada, porque al señalarlos en el mapa sugerían líneas de defensa, territorio, voluntad de resistencia. Testimonio de una historia que se escamotea en las escuelas.
A raíz del debate abierto en torno a la conquista de Navarra en 1512, el grupo Nafarroa Bizirik propuso la colocación de unas placas informativas en los sitios en que se levantaban las ruinas que defendieron este país en otras épocas. Viejas piedras sin valor estratégico. No son, en el presente, lugares conflictivos; no cumplen ninguna misión clandestina, ni política, ni insurrecta. Son meros referentes de un pasado que nos acompaña. Poco más. Lugares reales, eso sí, que alimentan un imaginario, pero no una acción guerrillera.
Se organizaron colectas. Se diseñó un modelo de placa grabada en Acero Cor-ten que soportara la dureza de la intemperie. En cada torre o fortaleza personas desinteresadas buscaron los datos documentales para acreditar el lugar, señalar fechas, hitos, derribos, nombres, vicisitudes, batallas. Esos rincones abandonados recuperaron en esas inscripciones un poco de su antigua leyenda. Se montaron romerías, mesas redondas, visitas guiadas. Una fiesta popular devolvió algo de ruido a los muros silenciosos, al menos por unas horas.
Sin embargo, hace unos días una mano negra se ha dedicado, con nocturnidad y alevosía, a cortar esas placas conmemorativas. Con esfuerzo y medios. Con una intención manifiesta, porque se han desplazado desde Gaztelugatxe hasta Zangotza, pasando por Deio, Huarte, Unzue, Iguzkitza… Violencia simbólica, contra una memoria simbólica.
A veces no sabemos qué valor tiene una iniciativa de esta naturaleza; destapas una idea, y te quedas con la duda de si sirve para algo; no sabes qué trayecto recorre su mensaje, qué medida alcanza su impacto, hasta dónde llega su fuerza. Pero a la vista de la rabia que demuestra esa reacción contra una chapa de metal que es pura fantasía (quizás de aquella fantasía que un coronel chusquero escribía al cardenal Cisneros, que tras el derribo de fortalezas tan baja estaba en Navarra) podemos intuir que la batalla del relato sigue dando guerra. Que estos lugares vacíos, sin armas ni ruido, funcionan; pues quienes derribaron aquellos castillos odian y temen lo que perdura, aunque no sea más que símbolo. Imaginario. Memoria.
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