De guardarse de ella. Santiago, Yaakov de Zebedeo según los evangelios, es el patrón de España. Su fiesta se celebra cada 25 de julio, de modo oficial, allá donde el Estado español extiende su dominio. No por casualidad, cuando en 1512 las tropas del duque Alba invadieron Navarra, entraron en Pamplona un 25 de julio, día de Santiago. ¿Qué nos dice la memoria de este santo patrono?
Según la tradición cristiana, Santiago fue discípulo de Jesús; un apóstol; y de los principales. De hecho con este nombre hubo dos: el Mayor y el Menor. O, más difícil todavía, tres, ya que a los dos anteriores se suma una Epístola que forma parte del Canon cristiano y cuyo autor es también… ¡Santiago!
En la tradición medieval, cuando los apóstoles de Jesús se dispersaron por el mundo para difundir su mensaje, Santiago recaló en la Hispania romana en la que, siguiendo otra leyenda, la propia virgen se le apareció en Zaragoza sobre una columna, cuando se hallaba en un momento de desesperación y zozobra. María, parece, le dio ánimos para continuar su labor evangelizadora. Aquí el relato español erige uno de sus lugares de memoria sobre el “pilar” en que la virgen se presentó al apóstol.
Tras muchos años de olvido, a finales del siglo IX se encontraron en Iría Flavia, junto a la actual población de Santiago de Compostela, los restos de una persona de importancia. Sobre estos restos humanos se construyó una leyenda de mucho trasiego en el medioevo hispano y europeo, un trasiego comercial, cultural y religioso. Se atribuyeron al retorno milagroso de los despojos de Santiago a Hispania. Y así arrancó el camino jacobeo. Con este mito el nacionalismo español construyó otro lugar de memoria que, a la larga, fue más relevante que el de Zaragoza. Santiago fue elevado a la categoría de Patrón de la patria, con un significado que evoca ideas de cierre y xenofobia.
El apodo de Santiago Matamoros nos remite a su sangrienta intervención en la batalla de Clavijo, en 844, ¡mira qué bien!, contra los sarracenos. Otra frase que le califica, explícita en el himno del Arma de Caballería del Ejército español, es ¡Santiago y cierra España! Esta expresión se asocia al cierre o clausura que define, desde el reinado de Felipe II por lo menos, la política de todo gobierno de la monarquía española. Cierre ante cualquier idea, ante cualquier avance técnico o científico. Clausura ante el pensamiento libre, emancipado de la tutela católica.
Desde que a comienzos del pasado siglo Benedetto Croce propuso la tesis según la cual ‘toda historia es historia del presente’, cada vez son más los historiadores que se suman a ella. Toda sociedad y todo grupo, en cada época, reconstruye su historia, su relato en general, en función de sus intereses en el presente. Su posición social o política en los conflictos actuales proporciona la base de sus investigaciones, la selección de los hechos y su interpretación. El nacionalismo español ha construido la parte esencial de su relato nacional con el cuento de la Reconquista y con Santiago como estandarte contra los ‘otros’ (moros).
Como decíamos, el 25 de julio de 1512, festividad de Santiago, las tropas castellanas conquistaron Pamplona, capital del reino de Navarra, en los primeros días de la invasión del duque de Alba (y el fin de la independencia del Estado vasco).
El simbolismo que supone la pérdida de la capital histórica del reino, Iruñea, no puede ser objeto de festejo alguno, porque expresa una derrota. Pero de la memoria de los vencidos, como dice Walter Benjamín, surge la reivindicación y la lucha por la superación y reparación de las injusticias. Nuestro futuro se puede construir precisamente sobre la memoria, sobre esos mimbres memoriales de los derrotados. Un futuro de libertad y emancipación nacional no se levanta ignorando las injusticias y derrotas anteriores. Buena parte de los conflictos que desde entonces hemos padecido en nuestra tierra tienen su origen, más o menos directo, en la pérdida de soberanía que supuso la conquista del Estado vasco a manos del Imperio español. En 1620 desapareció la Baja Navarra absorbida por la corona francesa.
La fiesta de Santiago, un santo cristiano, violento, racista, matamoros, imperial, reaccionario, no es para celebrar, si no es como ocasión de rechazo. Como signo de rebeldía, reclamación de justicia y pase de página. Es una metáfora ilustrativa de lo que nos ofrece España, y un relato de cómo se ha construido. Una buena ocasión para caer en la cuenta de cuánto nos conviene guardarnos de ella. ¿Fiesta de guardar? En todo caso, de protegernos. Cualquiera tiene un mal día.
* Luis María Martinez Garate, Angel Rekalde
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