Existimos porque permanecemos en el tiempo, y nuestro tiempo es la memoria, no es el pensamiento puntual de cada instante
(Joan F. Mira)
Celebramos un congreso en la Universidad de Oñati en torno a los Lugares de Memoria (25-26 de mayo, 2018). En el aspecto teórico, argumental, la jornada comenzó con la exposición de Antoni Furió, catedrático de Historia Medieval de la Universidad de Valencia. Y partió de la idea de que, ‘si no somos memoria, no somos nada’ (Joan F. Mira). Según el mismo autor, ‘existimos porque permanecemos en el tiempo, y nuestro tiempo es la memoria’. Desde ambas apreciaciones, la memoria está directamente vinculada con la identidad, con el ser, con lo que somos. Un pueblo amnésico no puede existir; y ello nos da pie a reflexionar sobre este fenómeno, porque en ese terreno se juega la constitución básica de las sociedades actuales.
Como tantas cosas, la memoria es una construcción, y una construcción colectiva. Desde ese punto de partida, Furió dedicó buena parte de su intervención a diferenciar entre dos conceptos en continuo roce: historia y memoria. Incluso añadió un tercero: usos públicos del pasado (algo que nos acerca a la práctica de políticas memoriales y otros empleos).
La historia es la mirada externa a los hechos; la memoria, la mirada interior. La historia cierra el pasado, se escribe desde el presente pero como cosa acabada (aunque desde luego afecta a nuestra comprensión de aquel pasado; y del presente en que existimos). La historia habla de un ciclo que ocurrió, pasado. La memoria habla de nosotros, a partir de cosas que ‘nos’ ocurrieron. La historia es la construcción de un relato desde un oficio, una ciencia, un arte. La memoria hace lo mismo pero desde la subjetividad, a través del cribado de sensibilidades. Por todo ello, hay que entender que los historiadores poseen el oficio, tienen mucho que decir al respecto, pero bajo ningún concepto pueden pensar que son los propietarios de la memoria. La memoria es de las gentes; es de la subjetividad; es de la colectividad que se constituye en base a ella.
Furió habló de memorias fuertes y débiles, según sean escritas por Estados (que las oficializan); o por naciones sin Estado, que resisten e insisten en mantener la memoria como soporte de su identidad. No son tan diferentes, aunque solo unas son ‘oficiales’.
En cualquier caso la memoria nos remite a un proyecto político. Al respecto podemos añadir que el ‘patrimonio’ (y la memoria es parte de ese patrimonio que constituye las sociedades) es ese elemento en el que se unen pasado y futuro. El patrimonio no es pasado; sigue vigente en el presente; y es instrumento de construcción del futuro, una herramienta para construir sociedades. Los lugares de memoria son instrumentos de esta materia, los referentes en que se constituye esa memoria en cada caso particular.
Lugares de memoria
Después de la exposición del profesor Furió, las otras intervenciones se apartaron del debate del concepto para abordar los datos de los lugares en sí, algunos al menos, con todos sus matices y contradicciones. Muy revelador al respecto fue el repaso de Eneko Bidegain, profesor de Mondragon Unibertsitatea, a los memoriales de la 1ª Guerra Mundial levantados en territorio de Iparralde, con imágenes de estatuas, celebraciones, lápidas, etc. Eneko explica que estamos ante una política de memoria al servicio de la conciencia nacional francesa. Dirigida a afrancesar a la población vasca en el homenaje a quienes habían muerto, obligados a ir al frente de guerra.
Un ejemplo que mostró el profesor Bidegain fue la fotografía de un monumento en el que junto al obelisco conmemorativo se ve la figura esculpida de dos personas, un niño y un anciano, que vienen a expresar la necesidad de que ese recuerdo no se borre. Que se cuente. Que se transmita de generación en generación. Es un ejemplo paradigmático, que resume el funcionamiento de toda esta materia: la memoria es transmisión; si se olvida desaparece; y, como vemos, sin ella desaparecemos nosotros; desaparece nuestra colectividad, que es en esencia memoria.
La historiadora Amaia Nausia habló de la memoria de las malas mujeres, que es lo que se ha trasmitido en torno al estereotipo de las supuestas brujas que acabaron condenadas a la hoguera en el proceso de Logroño, también conocido como el proceso de Zugarramurdi. Con ello se ha transmitido (y justificado o naturalizado el castigo de) una imagen deformada, interesada, de una represión política. La doctora Nausia lo interpreta como un disciplinamiento de la mujer y la familia en el contexto del cambio de épocas, al inicio del Renacimiento, y con el trasfondo de la conquista de Navarra. También, de paso, una dominación política. Este lugar ha servido para difundir unos roles, específicamente el rol ideal u oficial, el de la maternidad y la mujer casta, sumisa, dependiente, obediente, en contra de aquella mujer que inquietaba a los poderes, encarnada en la mujer navarra, con derechos, viuda, sabia, empoderada, dueña de sus decisiones.
Con este relato se difundió además el argumento de que el euskera era la lengua del diablo.
Pero según cuenta Nausia el proceso de Zugarramurdi puso punto final a estos procesos inquisitoriales, cuando los inquisidores llegaron a la conclusión de que esta represión les causaba más perjuicios que beneficios. Altera el orden social y genera delirios y fantasias incontrolables.
El arqueólogo Iñaki Sagredo habló de la batalla de Orreaga, y de cómo se ha transmitido a partir de canciones de gesta (que en origen se utilizaban para arengar a las tropas). Este capítulo presenta el detalle perverso de que esta memoria ha servido para honrar, paradójicamente, al enemigo; al vencido; al cruel Roldán, personaje relevante de los francos que atacaron el país. Es una muestra de lo que ocurre cuando no se es dueño de la propia memoria.
Sagredo también citó la destrucción de los castillos por orden del cardenal Cisneros tras la conquista de Navarra, y mencionó la frase del coronel Villalba, que escribió al cardenal que por esa causa estaba tan baja la fantasía de las gentes que no había navarro que levantase la cabeza (Navarra está tan baxa de fantasía después que vuestra señoría reverendísima mandó derrocar los muros, que no ay ombre que alçe la cabeza). Estamos ante una clara expresión de que los poderes españoles ya sabían lo que hacían, y conocían la importancia de estos referentes, estos lugares de memoria, en el imaginario de la población.
El historiador Mikel Sorauren expuso el valor de la ciudad de Iruñea como lugar de memoria. Son varias las circunstancias que concurren en esta categoría. De entrada, la elección de Pompeyo en el territorio al fundar Pamplona (sobre una anterior población vascona) en un solar que era estratégico para centralizar las vías de comunicación; todo pasaba por Iruñea (los caminos del norte al sur, del Mediterráneo al Cantábrico, del monte a la llanura; del mar al interior). Y fue crucial porque de esta fundación se siguió el cambio transcendente de la romanización, que básicamente aportó un proceso de urbanización de la población montañesa, y su primitiva ‘civilización’. Digamos, su constitución societaria. Luego, a partir de ahí, Iruñea es el referente central de la organización política de Vasconia; durante siglos todo remite a Iruñea: la guerra de los visigodos, Carlomagno, sus ataques y destrucciones, los musulmanes y los Banu Casi, el reino independiente (de Pamplona); los reyes y las instituciones; los conflictos, los poderes, la lengua, la economía, la defensa…
El escritor Fernando Sánchez Aranaz (del grupo Martin Ttipia de Gasteiz) describió el castillo de Gebara como lugar de memoria del carlismo en nuestro país. De entrada, es un lugar emblemático en el que concurren otras memorias: la organización del territorio de Navarra en tenencias; los parientes mayores o señores de la guerra (jauntxoak); lugar destacado de la organización territorial de la Llanada (Al Laua: Alava). Pero según Sánchez Aranaz, este castillo tuvo un papel especialmente notable en la 1ª guerra carlista, pues los carlistas dominaron siempre la fortaleza hasta el abrazo de Bergara, y no la abandonaron hasta un mes después de la derrota.
El profesor de la Universidad de Reno, Xabier Irujo, envió al congreso un audiovisual (ya que no pudo acudir en persona) en el que explica el significado de Gernika como lugar de memoria. En origen, lo situó como el espacio bajo el árbol en el que se celebran las reuniones donde se decide (el batzarre); luego, donde se juran los fueros; lugar simbólico de derechos, organización política propia, y libertades. Y con ello, resultado de la identificación popular con el mismo, símbolo de identidad. Por ello se generaliza el significado de Gernika (lo mencionan Rousseau, Voltaire…) como referente de los soldados franceses movilizados en las guerras contra el Antiguo Régimen europeo. Pero también símbolo de los carlistas que veían representados en él sus fueros. Por ello juró allí su cargo José Antonio Agirre, lehendakari. Y por ello bombardearon el lugar los franquistas. En todo esto se percibe el carácter polisémico de los lugares de memoria (e incluso su utilización interesada desde uno y otro bando). Con aquel bombardeo criminal y con el cuadro de Picasso, Gernika se convirtió en símbolo universal del sufrimiento de la población y la barbarie de la guerra.
La doctora Amaia Apraiz (Historia del Arte) nos habló del patrimonio industrial como un lugar de memoria de otra naturaleza, alejado de la carga épica que aparece en otros lugares y más cercano a lo cotidiano, a la vida cotidiana. Pero es que la memoria del hierro y de la industria está en el ADN del pueblo vasco. Recordó que, en estos casos, cuando no se identifican estos referentes y se empieza a olvidar, empieza también el triunfo del poder sobre las gentes.
El historiador Beñi Agirre se refirió a la poderosa facultad de identificación de las lenguas; y específicamente lo destacó en un caso como el vasco que ha elevado la referencia lingüística al nombre de su nación (Euskal Herria: euskara-herria; en la medida en que ha olvidado otras referencias históricas y políticas). La fusión entre este lugar de memoria inmaterial y la identidad de este pueblo es total; emocional; emblemática. En la toponimia también se percibe una versión diferente de este fenómeno, pero que se construye y funciona sobre otras claves.
En la última ponencia, dedicada al mar, Jose Antonio Azpiazu puso de manifiesto la larga vinculación de la población vasca con el mar. Los marineros de este país han sido los embajadores ante el mundo, en unos siglos en los que ya no teníamos embajada oficial. El hierro, y luego el acero, ha sido la única riqueza que nos ha concedido la tierra. Había que traficar con ella. Pero también se ha trabajado en la pesca, la caza de la ballena, el corso o la misma construcción naval. La marina vasca ha sido un referente que nos vincula a muchos pueblos del planeta.
Como vemos, hay mucho que decir sobre estos lugares que crean un marco de referencias compartidas en el que nos situamos. Marco en el que creamos la sociedad en la que vivimos, somos y actuamos. En este congreso lo hemos estudiado, y nos lo hemos tomado muy en serio. Pero incluso en terreno más ligeros como el del humor nos proyectamos sobre estas claves. Como apuntó Mikel Sorauren al referirse a Iruñea, “Pamplona, clima sano; curas en invierno y curas en verano”.
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