Hace unas semanas dos titulares compartieron la cartelera de la actualidad. El lehendakari Urkullu cifró el horizonte político de Euskadi en la nación foral. A la par, en una sección distinta, conocimos el dato de que habían construido un hospital en Lepe, al cual no se podía llegar. La obra estaba acabada, pero sin carretera de acceso ni acometida de electricidad.
En un primer momento no se me ocurrió vincular ambos fenómenos; pero con el paso del tiempo las dudas me carcomen. Para explicar el discurso de Urkullu los comentaristas y expertos politólogos utilizaron la expresión “la misteriosa nación foral” (sic). Nadie sabía a ciencia cierta cómo podía encajar un concepto trabado entre la nación y los fueros, cuando Sabino Arana, el padre del nacionalismo, para reclamar la independencia explicó que Euskadi es la patria de los vascos, justo cuando los fueros fueron abolidos. Se entiende que aquellos fueros eran los derechos históricos de que gozaban las provincias vascas (ya provincias, en todos los frentes; nada de viejos reinos). Si profundizamos más, resulta que también eran los restos de la soberanía que el país conservó cuando Castilla arrebató -sucesivamente- a Navarra los distintos territorios que le conquistó. Los restos, insisto; no nos equivoquemos. Ni privilegios ni mandangas.
(Como dice José Luis Latasa, “foral es un apellido, una mancheta, una añoranza, parte muy importante de nuestra historia, de nuestra libertad, y de nuestros derechos convenidos de tú a tú, pero hoy día…. El hablar de territorios, Hacienda, Diputación e incluso del pase, todo ello foral, dice poco, por no decir nada”. En Nabarralde organizamos un curso on line para explicar estas referencias históricas).
¿Y el misterioso hospital de Lepe? Bueno, quizás nada que ver. Pero la noticia, al caer como un meteorito en el mismo signo astral, ha puestos ambas circunstancias en un escenario compartido. Es un proyecto que ilusionó, que respondía a las necesidades de la región, y que ha quedado, al final, como una mansión de fantasmas en mitad de la nada. Un hospital pagado por la Administración, con un camino de cabras, al cual no se puede llegar en ambulancia. Ni siquiera en moto. Las autoridades no se ponen de acuerdo. ¿A quién le compete el remate? ¿Cuándo se va a completar? ¿Cómo es posible que, a estas alturas del siglo, se decida construir un servicio sanitario, se inviertan años y dineros, y no se piense en cómo comunicar? ¿Cómo llegarán las urgencias? Porque entiendo que los vecinos de Lepe estarán acostumbrados a acceder a su casa consistorial, cuando toca, por vía humorística. Pero no creo que le vean la gracia cuando les vayan a atender de un ictus embólico o un infarto de miocardio…
Los vascos somos más listos que los andaluces. Y más manitas. Nos apañamos con lo que tengamos a mano. También nos colocaron un estatuto de autonomía sin acabar. Y ahí seguimos, décadas después, sin completar. Pero satisfechos; nosotros le sacamos chispas. Algunos, como se ve, incluso han llegado a situar el horizonte del país en ese edificio sin accesos ni acometidas… De momento, no exageremos, ahí está. A veces nos llegan casos, como el Plan Ibarretxe, que no sabes si mandarlos al paritorio o al altar de san Judas (el de las causas perdidas). Por no decir a la morgue, que suena trágico. Pero son ganas de incordiar.
Cuando la cosa chirría, que ocurre cada cierto tiempo, le ponemos otro nombre, y lo volvemos a inaugurar. Como ahora mismo, con lo de la nación foral.
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