¿Saben aquel que dice que el relato prehistórico de Vasconia es un camelo? Sí, sí, un cuento chino. Un engaño. Que este pueblo no tiene catorce mil años, como sostienen los nacionalistas, ni descendemos de Tubal, ni siquiera eso tan científico que decía Joxe Miel Barandiaran del hombre de Cromagnon (y de la mujer, supongo). Que Vasconia no estaba donde la creemos; que el euskera vino en las alforjas de emigrantes de la Bigorra, o de Akitania, o, quién sabe, de la mano de conquistadores, de tierras gabachas en todo caso. Que no hay vestigios de lengua vasca en el territorio, y que por tanto se deduce que es una lengua impuesta y extranjera. Que los de aquí eran celtíberos, que eso suena más hispano y ya nos viene bien, aunque tampoco haya vestigios, ni siquiera un mal documento estropeado, ambiguo, o falsificado, que todo sirve para el convento. Ni siquiera una triste crónica de los visigodos, los obispos, o los sarracenos de Córdoba, que lo apuntaban todo.
Algo de esto se explica en la serie que ETB nos ofrece, con abundancia de medios y dinero: “Vasconiako historia bat: euskalduntze berantiarra”.
Y es que la toponimia vascongada no muestra relación con el sonido vasco: Bizkaia, Ibaizabal, Gorbea, Selaia (por saltar un poco más lejos), Castro Urdiales, Getxo, o ya puestos Azpeitia, Ondarroa, Aralar, Ernio, Iruña Veleia, Argantzon… son topónimos de origen incierto.
¿Saben aquel que dice…? Pero aunque suene a chiste y recochineo, este tipo de divagaciones nunca son gratuitas, y no hablamos por hablar, del tiempo. Que si el primer párrafo alude a “que los de aquí eran celtíberos, que eso suena más hispano y ya nos viene bien”, es porque a este tipo de conclusiones interesadas conducen estas divagaciones casuales, que de casual tienen poco.
Ha faltado tiempo para que se asiente la tesis de los celtíberos, que no euskaldunes, en las ‘provincias vascas’, para que venga a ilustrarnos El País, diario español, cosmopolita y posmoderno, que pasa olímpicamente de estos debates populacheros, arcaicos, pero se apresura a indicar las oportunas inferencias de dicha elucubración sin fundamento. De la mano de José Luis Barbería nos llega “Euskaldunizar a la fuerza”, una segunda entrega de la serie “La explotación política de las lenguas españolas”. El pasado, pasado está. A menudo nos lo repiten. La historia no da derechos. Estamos en el hoy, en lo que estamos. Pero Barbería saca conclusiones de lo más actuales de esa fabulación de la euskaldunización tardía, que sostienen en el documental de ETB.
No sorprende demasiado el tono de Barbería, que lleva siempre el agua a su molino ‘antiterrorista’, como no podía ser menos; el viejo truco de la criminalización a diestro y siniestro; el artículo empieza y termina con este recurso, mil veces usado: “¿Habría sido diferente de no haber mediado ETA…?” En la última parte, para los neohablantes (¡toma palabro!) hablar euskera es “una mordaza y una tortura”. ETA, violencia, presión nacionalista, tortura sutil hablar esta lengua… Hace años presenté mi tesis doctoral que giraba en torno a este tema, y he de agradecer a Barbería que sea mi mejor caballero andante; el que mejor me la defiende.
Sin embargo, el meollo del artículo, su clave de bóveda, es recoger el envite lanzado por “Una historia de Vasconia”, asumir como cierto y demostrado lo que no pasa de ser una teoría atrevida sin el menor soporte científico, y extraer un ideario de esa historia recreada. Es decir, la historia no crea derechos –nos dicen una y otra vez- pero por si acaso yo voy a contar la que me interesa, la historia que me conviene.
Y a partir de ese relato, saca inferencias, interpreta derivaciones, critica políticas, ideologías… Es decir, hace una lectura ideológica de hechos que se saca de la manga. Y deja caer insinuaciones no menos portentosas.
Por poner un ejemplo, si la conclusión central del documental de Vasconia es que no se hablaba euskera en las actuales tres provincias hasta hace unos siglos, el primer dato es que el euskera es invasor. Es la base argumental para Barbería para deslegitimar políticas actuales, de defensa del euskera, y declarar que son ideológicas, partidistas, que no se justifican en ningún sentido. Pero la segunda maniobra no es menos atrevida. A partir de ahí, dice literalmente, “Atribuir al castellano la condición de lengua invasora fue un error mayúsculo”. ¡Toma del frasco, carrasco! Es decir, que si el euskera no es de aquí, no se le puede acusar al castellano de haber invadido… Los ejércitos, las conquistas, las guerras de Castilla, hasta la del 36, se borran; se desvanecen. Ya sé que no tiene una lógica argumental muy fina; no hay hilo conductor, sino salto. Pero la conclusión es apabullante: ergo, no ha habido imposición del castellano; nada de violencias, nada de disposiciones represivas, policiales, legales, educativas… Barbería absuelve todo el contenido del Libro negro del euskera, de Torrealdai. Todo, toda la aculturación y la violencia de siglos, desaparece de un plumazo con ese apaño.
La historia sirve para hacer discursos; ideologías; idearios; les da un soporte narrativo. Pero sus conclusiones, a la vista del texto de Barbería, no son para nada agua pasada, ni historicistas: “¿Tiene sentido educativo, social, político, económico la euskaldunización masiva de la sociedad?” Una vez más, la historia no otorga derechos; pero da ocasión a interpelaciones políticas del presente con un desparpajo que te dejan temblando. ¡Porque hay que pasar del siglo VI, sin ningún soporte documental fiable al que agarrarse, a esa formulación del presente!!!
El artículo de Barbería es insostenible, nefasto; es argumentalmente pobre. Sus oponentes nacionalistas, según dice, defienden un pasado ‘mitológico’ de la lengua; son ‘sensibles’ a “una lengua milenaria de origen enigmático”; etc. Su mentalidad se orienta mediante el modelo del ‘altar desdoblado de la recuperación del vascuence y la construcción nacional”. Es decir, quienes no comulgamos con su españolidad somos personas torpes, limitadas, dotadas de un pensamiento mágico, que no resiste dos asaltos. Eso sin contar que somos malos como profesionales, ‘a menudo con peor currículo y competencia profesional’ (sic).
La lengua vasca es una “jerga”; su lógica no es funcional sino un símbolo, y por esa naturaleza identificadora sufre una ‘pérdida atroz’ y queda reducida a mero pidgin… Ya sólo me falta quedarme embarazado y que me toque la mili a Melilla.
Pero, repito, todo este regüeldo argumental se dirige a sacar partido de la historia que se han sacado de la manga, y crear ideario de sus presuntas conclusiones. Si la nación vasca se sostenía en los famosos apellidos (Barbería dixit), y en una pureza racial, que nunca está de más sacar a colación para insistir en que estos vascos son unos racistones, ahora resulta que además es cierto que los de Bilbao nacen donde les da la gana; que son forasteros, que no son del paleolítico, que nos han estafado, y ello les priva de todos los derechos adquiridos, porque los han adquirido por ese cuento de que eran descendientes de Tubal, y de Cromañón. Y es mentira; no tenemos más de cinco mil años. ¡Qué mierda de antigüedad nos han vendido! Que me devuelvan mi dinero; y mis cupos; y mis conciertos; que estos falsificadores de historias no se merecen tanto privilegio. (Que es lo que tienen, dicho sea de paso).
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