Walter Benjamin, uno de los filósofos que más y mejor han estudiado la historia de la dominación, aseguraba que “los respectivos dominadores son los herederos de todos los que han vencido una vez. (…) Jamás se da un documento de cultura sin que lo sea a la vez de la barbarie. E igual que él mismo no está libre de barbarie, tampoco lo está el proceso de transmisión en el que pasa de uno a otro. Por eso el materialista histórico se distancia de él en la medida de lo posible. Considera cometido suyo pasarle a la historia el cepillo a contrapelo”.
La fórmula que Benjamin propone, frente a la lectura oficial de los hechos históricos, marcada por el signo de la barbarie, nos lleva a enjuiciar la historia desde una conciencia descreída. Escéptica. Una postura distante y crítica. Como dice literalmente, se impone pasar sobre lo que nos cuentan un cepillo ‘a contrapelo’.
Si en la batalla de Noain (1521) los navarros perdieron su independencia, el recuerdo que dirigimos desde nuestro presente nos exige también esa mirada crítica. Por eso hemos definido la Marcha conmemorativa de este año a través de un ejercicio de memoria, un recuento de muchos de los capítulos que han marcado nuestro pasado, que nos han permitido llegar a nuestro tiempo, a pesar de las persecuciones, las agresiones, los castigos, y gracias al esfuerzo o la rebeldía de muchos que nos han precedido.
El sábado 28 de junio la Marcha recorrerá la distancia que separa las campas de Getze, en Noain, de la capital Iruñea, con un contenido incorporado. Hemos dividido el recorrido en tramos, y les hemos otorgado un nombre a cada uno.
En ese recorrido a contrapelo, contra la memoria oficial de los herederos de las victorias y la dominación, se seguirán los pasos de quienes lucharon, trabajaron, o por desgracia sucumbieron en esa historia de supervivencia que nos ha permitido seguir siendo pueblo vivo.
En ese camino encontraremos el nombre de Gernika, como retrato de la barbarie que citaba Benjamin, proyectada en el imaginario mundial como ejemplo del horror premeditado, el objetivo militar y la estrategia del genocidio. Y también el tramo de Sartaguda, el pueblo de las viudas, un caso concreto de ese mismo intento de exterminio llevado al detalle pormenorizado. O el de Maravillas Lamberto, donde el sufrimiento lleva nombre de mujer, como ocurre desde siempre en tantas guerras del mundo. Y, cómo no, Zugarramurdi, en memoria de ese instrumento del espanto que fue la Inquisición española.
En el capítulo de la rebeldía tenemos figuras destacadas como Matalaz, el cura de Mithikile, que dirigió el alzamiento de la población zuberotarra en la defensa de sus derechos. O los infanzones de Obanos, que con su desafío a la realeza forzaron la redacción del Fuero General y la puesta en valor de los fueros navarros. Y Pedro de Navarra, mariscal del reino, que murió en el castillo de Simancas por no renegar de los suyos.
Pero, para no quedarnos atascados en el capítulo tenebroso de la represión, también queremos recuperar la memoria de la resistencia, como fue el Eusko Gudarostea, el ejército improvisado que movilizó a tantos voluntarios. O la Gamazada, otro momento de agitación colectiva contra las pretensiones de un gobierno despótico.
Sin embargo, la memoria de una población no es sólo Amaiur y Noain, sangre, rebeldía y enfrentamiento, enemigos y esfuerzo bélico. También nos califica el trabajo de quienes sacaron nuestra lengua adelante en los peores momentos, Elvira Zipritria o Jorge Cortes Izal, por citar algunos. O la cultura, otro de los elementos que nos constituye, que nos infunde fortaleza, conciencia de ser, autoestima, y nos defiende de la barbarie que decía Benjamín. Ahí tenemos a Pablo Antoñana, Sarasate, Arturo Campión o Anacleto Ortueta, por citar algunos cercanos; pero también Leizarraga, Axular, o Margarita de Angulema, una de las mujeres más cultas del Renacimiento. Agustín Xaho, Eneko Aritza, Elkano, Antonia Caparroso, José Antonio Agirre… Son muchos los que podemos recordar, y de los que enorgullecernos. Txanda a txanda, paso a paso.
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